bicioacampada . S I ERRA DE ESP.ADÁN
Un par de días son suficientes para conocer a fondo la Sierra de Espadán. Con la bici de carreras me adentro en este fabuloso laberinto de sensaciones.
Ya hace algunos años conocí por primera vez estas sierras. Fue desde la casa de Tomás en Alfondeguilla desde donde recorrí sus inmejorables ´tréboles´ en compañía de un puñado de bikers entre los que estaba mi primísimo Mansur (desde aquí le mando un besazo). Ahora viajo sólo, con la muy infalible y servicial Orca, dispuesto a volar la sierra entera. Día uno . ESPADÁN ESTE, O SUR
Se antoja largo el día y eso que inicio la pedalada a media mañana. Aún así, los kilómetros vuelan montado en la Orca. De Soneja a Chóvar pasando por Azuébar, entrando en faena poquet a poquet. En Chóvar comienza la chispa con la subida al Puerto de Eslida, con asfalto de primera y la inmejorable panorámica de la comarca, tan verde y montañosa. Los primeros alcornocales. Estoy en Espadán, claro claro!! Ya al otro lado del puerto comienza la aventura. La bajada rápida y cruzo el pueblo de Eslida dirección Aín. Éste pueblo merece reseña aparte, ya que mantiene el entramado árabe de sus calles, con las casas encaladas que daña la vista, las empinadas callejas con los adoquines antiguos y fuentes en cada rincón. ,¡Espectacular! Al tiempo dejo la carretera principal para dirigirme a Villamalur. La tranquilidad que se respira en cada curva hace aún más patente en mi interior la soledad en la que me encuentro. Soledad y silencio. Sólo el canto de los pájaros que revolotean a mi alrededor como dándome la bienvenida, o ánimo, o presagiando algo, quien sabe si bueno o malo. Al levantar la vista del asfalto los veo por todas partes. Parecen hablarme cantando. Cantan con su extraña afinación, que no se sabe si es estándar, o cantan en Open C, D o G, o cantan en Drop. C, D o G. Cantan por cantar y digo yo porque están contentos o tienen algo de lo que alegrarse. Quizá debiera también cantar yo, aunque no sé de qué alegrarme... Igual quieren decirme algo que no sé descifrar, o quieren darme fuerza para seguir subiendo y bajando, solo por las entrañas de estas olvidadas montañas jalonadas de pueblecitos alucinantes y bosques de alcornoques que alguien cuidará. Digo yo.
Al entrar en la plaza de Villamalur un anciano en la puerta del bar. Hablo con él. No sé qué le digo. Parece entenderme. Acaso hablamos el mismo idioma. Ya dentro, en el bar de la plaza, la tele encendida con su telenovela, olvidada en lo alto de una pared, la más lejana, y en una mesa otros abuelos jugando a las cartas. Y el chaval que me da asiento y me pregunta si quiero comer. No dejo un grano de arroz, del conejo he devorado hasta los huesos, de la ensalada comí hasta el plato. No quiero postre. Lo llevo en el bolsillo del maillot. El belmonte no lo perdono.
Y al seguir la ruta dirección Matet siento de nuevo los pájaros que salen a mi encuentro. Son los mismos de antes. O al menos eso pienso yo. Como el sueño perfecto. Esto ya lo he vivido, pienso. Da igual que este tramo esté bastante más bacheado. Esto ya lo he vivido, pienso.
Alguien trabaja en Matet arreglando casas, y el Consistorio, que de todo tiene este pueblo. Y una torre árabe en lo alto de la loma tan cuidada y ajardinada. Y nadie más por las calles como es preceptivo en estos pueblos y a estas horas. Y sin pena ni gloria sigo mi camino y me adentro por la Vall de Almonacid, con su río meandroso y todas sus cosas bien verdes y bien puestas a su alrededor, pueblo tras pueblo hasta la capital, Segorbe, que no entro y me dirijo a Castellnovo, que parece más pequeño y entrañable. Su castillo de nuevo no tiene nada. Es vetusto como pocos. Tan vetusto y ´morlo que da miedo. Aún así me enceramo a su falda en un arrojo de valor y lo retrato junto a la Orca, que siempre se deja.
Y gano luego por pista alquitranada Soneja, el pueblo que me vio partir por la mañana, no muy temprano. Y paseo sus calles, vacías y sin bares. O al menos eso creo que pasó. Y como un resorte enciendo el motor y salto a Jérica, esperando encontrar todo de lo que adolece Soneja. Impresiona a lo lejos y luego bien cerca su enorme torre mudéjar. Jérica. Paseo sus callejas con sus casas pegadas y sus puertas medievales. Un castillo dentro de un castillo y dentro de otro castillo. Ciudad amurallada hasta no poder más. Tan bonita y vetusta. Algo de vetusta también tiene. Y cae la noche y busco un bar. No es fácil, para mi pesar. Pero uno hay. Y en él me siento. Y aunque no tienen mucho que comer, algo de comer como. Y aunque la chica guapa es tampoco tanto lo es, ni muchas ganas de hablar, aunque alguna gana tiene. Día dos . ESPADÁN OESTE, o NORTE
Desde Jérica siempre en subida. Paro a almorzar en el bello pueblo de Caudiel. Su plaza con puestos de mercado, y en las terrazas de los bares paisanos festejando. Me siento yo también en una mesa para ver la gente pasar. No podía imaginar que viviera tanta gente en estos pueblos. Y que compraran comida y ropas, y otras cosas que ahora mismo no caigo en qué cosas son. Y algunos se acercan a preguntarme de dónde vengo y a dónde voy. A todos respondo con cortesía, porque estudié en colegio público y eso se nota. Otra cosa es que les diga la verdad. Porque la verdad yo mismo la desconozco.
Y al salir de Caudiel entro de lleno en la Sierra, o al menos eso reza el cartel. La carreterilla se estrecha aún más y dejan de pasar los pocos coches que antes pasaban. Alguna furgoneta de reparto, algún destartalado coche del siglo pasado con algún hombre al volante del siglo pasado. Y así hasta no quedar nadie. NADIE. Y así hasta Higueras y más allá a Pavías, con su fuente y su balsa. Al salir de Pavías se sube un puerto y poco antes de coronarlo se toma una pista alquitranada aún más ínfima que la anterior y me lleva derecho al alucinante y muy alucinógeno Villamalur, en el centro de la Sierra, con sus bosques de alcornoques y sus vistas excepcionales. Todo un placer entrar de nuevo en su plaza. El bar aún no ha abierto. Imagino a los abuelos jugando a las cartas en alguna Cofradía secreta, al margen de miradas indiscretas y de la ley, claro. Igual me siento afuera y contemplo la plaza. Y la fuente. Y los pájaros que esperan pacientes que me ponga en marcha....
Cuando salgo del pueblo tomo dirección Ayódar, y luego por buen asfalto hasta Fuentes de Ayódar, que se ha quedado sin fuentes por lo poco que llueve. Eso sí, de sus laderas siguen colgados los hoteles esperando clientes, y que llueva... Deshago ahora camino para tomar otra carreterilla que cruza la sierra dirección Oeste y así por algunos kilómetros de sube y baja en la más completa soledad, y silencio. Digo yo que los pájaros cantan a mi alrededor, pero, más allá de mis auriculares donde suena insistente el gran Mississippi John Hurt y algún que otro amigo, nada oigo. NADA.
Y entro en Torralba a la hora de comer o más allá. El bar en obras, y en una calleja perdida un grupo de hombres desparramados por las aceras cerveza en mano. En la pequeña cantina me preparan algo que llevarme a la boca. La suculenta charla con los feligreses me hace olvidar la escasa comida je je. Con el belmonte entra una pareja de ancianos. El hombre me pregunta que a dónde voy. Y cortés le respondo que no sé bien adonde voy. Su mujer le recrimina que parece una entrevista y que no tengo por qué responder. El tiempo de tomar aire para decirle que no me importa (sentirme preguntado como un personajillo de la televisión, o como un político corrupto, o como un cantante de mierda, o como un fantoche drogadicto...), y antes de responderle se enzarzan y discuten entre ellos. Afuera los hombres siguen a lo suyo, botellín tras botellín. Yo apuro mi belmonte y salgo pitando, ahora por otra paupérrima calzada esta vez dirección NO en busca de Montán, ya fuera del Parque, al menos eso reza el cartel. Son kilómetros y kilómetros de absoluta soledad. !Qué espléndida dosis de soledad! Mi Orca y yo, y al fondo, desde las alturas, a lo lejos, las nieves de Valdelinares. En la falda que cae a Montán se visitan varias fuentes, y luego, ya en el pueblo, la espectacular fuente de la plaza de la iglesia, que ya alguna vez visité. Y el bar hasta arriba de experimentados jugadores de cartas. Parada obligada y charla al canto. El trabajo está hecho. Cuando levanto el culo del bar sólo me queda por subir el Puerto de Arenillas, en cuyo Alto me despido de mis amigos los pájaros, y ya planeo en caída libre a Caudiel y Jérica, con su infinita Torre mudéjar.
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