domingo, 28 de octubre de 2018

BICIOAVENTURA/ Sierra de Albarracín



GIGANTES DE HIELO
LOCOS AVENTUREROS

Para Marcos y Alberto, por siempre.
Golpeo la yema de mis dedos índices contra cualquier superficie dura. Ahí siguen, adormecidos, con el cosquilleo típico del dedo congelado. Y recuerdo. Recuerdo los días pasados, va a hacer ya un mes, con mis hermanos beteteros en las sierras de Albarracín, en los Montes Universales, en el Sistema Ibérico. Ya casi al lado del cielo. La transiberiana. Un lugar en el mundo sólo apto para locos. Locos aventureros. 
En el templado otoño del 18 las noticias del tiempo de todas las cadenas dan la del pulpo. Nosotros a lo nuestro: si hacemos caso de estos alarmistas estamos muertos. Es así como cargamos nuestros bártulos y nos damos el piro. Nos vamos bien lejos. A tomar por culo. Más allá del País Valenciá, las tierras salvajes, inhóspitas, del sur de Aragón. El invierno se adelanta y vamos a su encuentro. Al descubierto. 
Es un hecho que vivimos las peores de las situaciones con la sonrisa incrustada en nuestro rostro. Es así como afrontamos las inclemencias meteorológicas, y por ende, las inclemencias de todo tipo. Nos hacemos duros. Infranqueables. Intransferibles. Limpios. Puros. 
Tantas lecciones en una. Toda la grandeza en la nada más absoluta. No es la primera ni será la última. Siempre un paso más allá, una pedalada más, ni precipicios ni vacíos. El precipicio y el vacío. 
Ya son años festejando con los hermanos del CEA. Una estirpe única de lobos solitarios, o perros solitarios, o más bien abandonados, o perros... a secas... Una estirpe a la que me uno con especial devoción. Porque rodar con ellos es rodar para no volver. Las únicas salidas que realmente valen la pena. La única razón por la que luchar. No volver. Y si lo haces, que sea otro yo el que de la cara por tí. Tú ya te dejaste el aliento, los huesos y los dedos, el corazón helado.
 
DÍA UNO
Una ruta invernal en otoño. La impresionante Sierra de Albarracín enguyéndonos en un día de lluvia y una tarde de nieve. Salimos del pueblo de Torres de Albarracín siempre en subida por parajes de ensueño. Muchas fuentes, bosques de todo tipo. Gamas de ocres y verdes para aburrir..., y lluvia. Enseguida la lluvia que nos acompaña en todo momento. Llegamos a un mirador con el profundo valle encajonado y el pueblo de Noguera al fondo, muy al fondo, a lo lejos, entre la niebla y la lluvia, inalcanzable. Seguimos y seguimos y al tiempo entramos en una espectacular cerrada junto a un bravo río, por el Barranco de la Tejeda nos dejamos caer. Y por kilómetros hasta entrar en el deseado pueblo. En su bar nos sacudimos a malas penas el frío y el hambre, un frío y un hambre que cuando se sienten tan adentro parece que siempre te rondarán. Al montar de nuevo en las bicis, vuelta a ganar altura, y enseguida la lluvia se torna en los primeros copos de nieve. Una nieve que arrecia y en breve lo cubre todo. Ganamos altura. Mucha. Hasta coronar el geodésico de Peñablanca a casi 2000 metros. A 5° bajo cero el frío ni se siente, los GPS inutilizados y el móvil donde también se grababa la ruta parado. Aún así festejamos como si no hubiera un mañana. Nos visitan familias enteras de corzos saltando a nuestro alrededor, sin duda también están de fiesta, festejando el bíblico nevazo, algo insólito para nosotros y semeja que también para ellos. ¿Se puede pedir algo más? Tiramos aún kilómetros por los altos y luego por fin empezamos a bajar. Calados hasta el tuétano, ateridos de frío, caemos lentamente golpeándonos las manos, insensibles. Por fin llegamos al bello pueblo de Tramacastilla, donde dejamos las sendas y por asfalto nos vamos de vuelta a Torres, que ganamos con los últimos haces de luz. A la carrera nos quitamos toda la ropa chopada de agua, toda, y nos vestimos de seco. Y con la noche a cuestas nos vamos a templarnos al bar del pueblo. No somos hombres. Somos gigantes. GIGANTES DE HIELO! Bestias salvajes que bajan de la Sierra en busca de alimento, de pan. Y vino. Ya puestos...


DÍA DOS
Salimos de Torres dirección Sur ganando altura rápidamente, ¡cómo no! Enseguida los campos, las montañas nevadas. Todo a nuestro alrededor un manto de nieve perfecto. Ni los animales han tenido tiempo de dejar sus huellas sobre el blanco elemento y ahí estamos nosotros. Dándolo todo una vez más. Un paseo alucinante tan cerca del cielo. Más allá de la transiberiana; donde se sale de este mundo quién sabe si para no volver jamás. 
Y del otro lado, al caer de nuevo perdiendo altura, entramos en el pueblo de Calomarde, que esconde grandes tesoros como inscripciones romanas en la fachada de la iglesia o el fabuloso Barranco de Los Arcos. Y muchos otros que ahora no voy a detallar. Muy recomendable. Luego tomamos dirección Sur por un buen trecho volviendo a ganar altura y en un cruce cambiamos dirección a Levante. Sobre la brea bajamos y bajamos, y antes de entrar en el amurallado Moscardón visitamos un pino monumental y un molino en su alucinante barranco a reventar de nogales y otros árboles frutales. Cuando por fin conquistamos el pueblo disfrutamos de las vistas y tomamos dirección Norte, de vuelta a Torres. Pasamos un tramo fuera pistas navegando medio perdidos en un espeso bosque para entrar luego en una extensa planicie como de otro mundo. ¿Habíamos olvidado que estábamos en otro mundo? Más adelante, ya en el pueblo de Royuela, visitamos a los amigos José y Valentina, dignos seres humanos de los que ya pocos quedan. Nos regalan café, buñuelos y unas calabazas. Hay tesoros que caben en una Camelbak. Si es así, no dudes, tómalos! Y si no es así, cómetelos! Cuando retornamos a los caminos el viento sopla fuerte de cara, y con más fuerza se incrustan los copos de nieve en lo más profundo del corazón. ¡Rueda, rueda, que el mundo se acaba!

miércoles, 24 de octubre de 2018

SEND+VIVAC/ Castell de Castell- Castellet

EL  CASTELLET  DE  CASTELL  DE  CASTELLS
GAIA.TRAVESÍA-VIVAC.2018
...aquí nos quedamos/
A María, Lucía, Mari Carmen, Claudia, Carla, Nathan, Sebas, Iván, Nuria, Raúl, David, Fran, Sergio, Cristian O., Idoya, Paola, Marlen, Cristian R., Joel, Pilar, Daniel, Elena, Vicente, Marcos, Laura, Teresa, a Nerea y a Paco, y también a Isabel. Todos ellos, cuerpo de élite. 
Ahí está, como siempre. El ruinoso Castellet en la más alta atalaya. Atisbando el paso entre montañas que une el Valle de Guadalest y el de Pop. Un mirador único en nuestra montañosa provincia. Un sitio mágico para visitar, y más aún para dormir...
En compañía de un nutrido grupo de animosos muchachos del Gaia y de mis compañeros de faena, nos adentramos a la caída de la tarde en la Sierra de Serrella. Ahí vamos cargados con mochilas con todo lo necesario para no pasar hambre ni sed ni frío, dispuestos a pasar la noche al raso en la atalaya más bonita de Alicante: el Castellet de Castell de Castells.
El comienzo siempre duro hasta que los andares se aclimatan, las conversaciones se aclimatan, las ideas se aclimatan. Enseguida ganamos la zona de acampada, donde no nos esperan, y poco después las primeras sendas y las primeras rampas. Alguna reunión para llevar el grupo compacto y la luna que hace acto de presencia. Al fondo a nuestra espalda, en el valle, el pueblo queda lo lejos iluminado, como en un cuadro. El frescor de la noche en ciernes, el sudor avisando del esfuerzo. Ya la noche cerrada cuando ganamos el Coll de Guadalest. Nos visita un búho con su rítmico cantar en la entrada del antiguo castillo árabe. Ahora sí, bien enfilados, llegamos al vetusto aljibe y por la senda empinada hasta las primeras rocas. Apuntalamos los pasos difíciles, ya que los precipicios acechan junto a la roca y la oscuridad impide ser conscientes del peligro. Uno a uno vamos pasando a una zona intermedia donde hacemos la última reunión antes de asaltar por fin la ansiada plana del castillo. Los chicos se van ayudando unos a otros y poco a poco damos cuenta de la última dificultad. Eufóricos nos abrazamos y vamos escudriñando los misterios que esconde la antigua fortaleza. Las mochilas al suelo y prestos preparamos el vivac para pasar la noche. Algún disc-jockey un poco loco ameniza la cena de sobaquillo y la party posterior. Entre charlas y risas la noche se estira plácida.
El cielo, al principio nublado con la luna llena difuminada, queda luego totalmente raso, limpio. Ahí están las estrellas, todas, bien cerca de nosotros que casi se dejan tocar. No hace frío, ni viento, la luz de la luna lo ilumina todo. Y cuando cierro los ojos ya dentro del saco las voces de los chicos ilustran mi sueño. Y sueño que soy el Gran Emir de Bagdad de visita por la lejana Al-Andalus. En la noche estrellada junto a mi cuerpo de élite que me cuida y protege descansamos plácidos, como siempre hicimos, como siempre haremos. 
Y al caer del otro costado abro los ojos y me sorprende el vuelo tan grande que ha dibujado la luna, ya casi a punto de esconderse por Poniente, más allá de las montañas, cuando hace nada despuntaba por el mar. Presto atención. Nada se oye, tampoco al búho. Todos duermen. Cierro los ojos, calculo que no será por mucho tiempo...
Una línea rojo intenso y alguna cabeza se dibujan en el horizonte junto a la Torre del Homenaje. Y otra. Susurran y ríen. Son los primeros valientes saliendo de los sacos, escrutando alucinados el espectáculo del amanecer. 
Todo fluye con total espontaneidad, como si éste fuese nuestro hábitat natural. Extendemos las antiguas pancartas del Gaia con eslóganes que nunca pasan de moda. Desgraciadamente. Un mundo mejor es posible. Todos lo sabemos. Todos somos partícipes de ese sueño. Y también de esa pesadilla. 
Las fotos y ya las mochilas a las espaldas dispuestos a deshacer el tortuoso roquedal que separa el castillo de las sendas y caminos. El día brilla limpio como limpia brilló la noche. Allá vamos caminando por la cuerda en lo más alto de la Sierra de Serrella. Luego zigzagueamos en bajada y de últimas nos adentramos por sendas en un precioso bosque que nos llevan a las Fuentes Nova y de la Retura, con su balsa de peces. Tomamos agua y disfrutamos del idílico paraje. Luego seguimos bajando por el encajonado barranco hasta llegar a un antiguo molino. Y en su circular ruina nos sentamos con los pies colgando, como en una gran mesa redonda, pero sin mesa. Es la última reunión de nuestro iniciático viaje. Comemos lo que nos queda, la charla distendida. Como todas. Y por un momento el silencio. Un momento que es una vida. Nadie quiere levantarse pero todos sabemos que hemos de hacerlo. Nadie quiere irse, y de alguna forma, todos sabemos que aunque vayamos, aquí nos quedamos.
…………………………….............Paseo fotográfico/