i b i z a X T R E M
bikePackin'OverNight.in.Ibiza.by.'Vagabundos
"Otra manera de mirar el mismo mundo vagabundo que nos sorprende y hechiza", Cipriano Rino
Descubrir la divinizada Ibiza a lomos de mi bici buscando vivacs improvisados para pasar las noches en sus alucinantes calas era un sueño que se resistía a hacerse realidad. Es ahora, junto a mi hermano vagabundo Fernando, cuando por fin toma forma el deseado proyecto.
Ibiza no tiene grandes montañas, en cambio cada rincón merece un esfuerzo especial: algunas carreteras muy secundarias, muchos caminos de todas las tipologías, y multitud de sendas y fuerapistas, pedreríos de todos los tamaños y colores, en subida o en bajada, da igual, siempre el peligro acechando en estos paisajes sumamente endureros. Y con el handicap de cargar el petate que nos hace autosuficientes.
El tremendo Levante hace sentir al enorme navío de Balearia como cáscara de nuez a la deriva. El horizonte de vómitos, el hedor nauseabundo, cada golpe de proa contra en bravo mar, las gigantescas olas enguyéndonos..., solo nos falta sacar el rosario... Obrado el milagro de atracar en el Puerto de Ibiza ponemos pie en tierra firme, recibiéndonos la negra noche, el viento y la lluvia. Cobijados en un cajero de La Caixa compartimos el bocata de tortilla con un indigente. Dos vagabundos y un indigente. Bonito panorama: en la isla de la opulencia, donde pasean las grandes fortunas de Europa, ahí vamos el indigente con sus cartones y los vagabundos con las bicis y los petates.
Bajo la tenue lluvia avanzamos por Cala Talamanca, y, al final de la bella bahía, la oscuridad más absoluta, el precipicio, el fin del mundo, intentando en vano ver algo con los focos de las bicis, imposible avanzar. Hechos a la idea de que no podemos hacer los kms previstos en la nocturna de la primera noche, buscamos cobijo a nuestro alrededor. Y lo encontramos bajo un enorme pino detrás de dos rocas que atenúan el desagradable viento. La fina lluvia ya no es problema, esteras y sacos al suelo y ya dentro respiramos aliviados. A lo lejos, tras la ensenada, Ibiza luce en la oscuridad. Pronto caeremos en un profundo sueño. Mañana será otro día y por delante la aventura.
VIVAC 1 y 4. Cala Talamanca |
DÍA UNO /de Cala Talamanca a Cala Xuclà
Amanece el cielo plomizo y el viento que no ha dejado de soplar en toda la noche. Armamos las bicis y al ponernos en marcha perdidos. No hay senda ni camino. Esto no augura nada bueno. Palos de ciego para avanzar, pendientes del hilo. Y cuando parece que tomamos vía caemos en la primera ratonera de la jornada. Un buen rato empujando la burra y aún faltan más de 15 kms para llegar al primer pueblo donde nos den algo para echar a la tripa. El continuo sube y baja y nueva ratonera. Esto no augura nada bueno....
Cuando por fin entramos en Santa Eulària des Riu buscamos un bar con acento español. Cargamos pilas y el buche y miramos a nuestro alrededor. Nada que objetar. Aquí y ahora. Es el juego al que hemos venido a jugar. Y ahí vamos, dispuestos a ganar.
Salimos del pueblo zarandeados por el frío y el viento. De cala en cala absortos por los espectaculares paisajes. Lanzados, no importa el tiempo. Ningún sitio al que llegar. Pedal a pedal rodamos la abrupta costa ibicenca.
Pasada Cala Sant Vicent almorzamos algo y al rato una empinada carreterilla nos saca del hermoso valle y nos lleva a las puertas del yacimiento púnico de Es Cuieram. Enclavadas las cuevas en un paraje extraordinario, imaginamos cómo sería la vida en aquellos tiempos lejanos. Charlamos un rato con unos hippies italianos, que no sabemos si están de turismo o son descendientes directos de los púnicos...;)
De nuevo al lío seguimos subiendo. Estamos en la parte más oriental de la isla, la zona más inhóspita, y justo el track nos mete por medio de una finca, sin puerta ni vallas. La antigua casa payesa rehabilitada. Todo lujo. Una enorme piscina que se precipita al vacío, inmenso el mar. Impactados, echamos unas cuantas fotos, como quien encuentra un tesoro, henchidos de felicidad.
Y al seguir nos quedamos sin referencias. Nos cuesta un buen rato encontrar la senda, y al hacerlo es para caminar... Es la cuarta o quinta ratonera del día, día que sin remedio va tocando a su fin. De nuevo montados en nuestras bicis ganamos rápido distancias y caemos en la espléndida Cala de Ses Caletes. Ya nos vamos enterando que caer a las calas suele ser fácil, lo difícil es salir de ellas. Esta nos costará dios y ayuda: cerca de una hora en subida por una senda impracticable, y las lomas de los montes yermas, los pinos quemados no hace mucho..., la desolación. Cuando salimos a pista abierta respiramos hondo y descansamos un rato, no mucho, ya que la noche se nos echa encima. Sin ver el fin a la extenuante jornada, toca bajar una senda muy peligrosa, y más con el cansancio que acumulamos. Los paisajes extraordinarios, y por fin divisamos el estupendo faro de Portinatx. Noche cerrada cuando entramos en el pueblo. Un cartel nos indica el restaurante El Quijote. Ahí vamos. El valenciano que lo regenta, todo un crack, nos cuida como a hijo desvalido. Cenados y descansados solo nos queda buscar una cala donde pasar la noche. Montamos las luces en las bicis y seguimos el track para salir de Portinatx. Ni ruidos, ni luces, ni coches. Solo la negra noche y los dos vagabundos como luciérnagas avanzando lentamente. Al poco llegamos a la entrada de Cala Xuclà. Sin más la tomamos. Apenas medio km en potente bajada. El sitio ideal. Echamos una visual en la orilla y ya estamos dentro de nuestros sacos. ¡Salvados! Tumbados sobre nuestras estrechas esteras, sentimos cómo se van relajando los músculos, uno por uno. Al mirar al cielo vagamos de estrella en estrella, inmensa la bóveda celeste, una incursión que parece no tener fin.
DÍA DOS /de Cala Xuclà a Cala Molí
verTRACK/ ibizaXTREM Etapa 2Al alba me levanto armado con la cámara dispuesto a disparar unas cuantas fotos. Con las chanclas trepo la roca junto al agua y me aposto en un antiguo embarcadero. El lugar es realmente alucinante. Sin rastro de turismo, la cala tan cerrada, de dibujos animados, solo falta el barco pirata... Y al regresar al campamento, malcaminando con las chanclas, me golpeo la rodilla con una roca. Aunque parece que solo es el golpe externo, me retuerzo de dolor..., y la sangre "¡No puede ser!", me digo. Todo el mágico halo a tomar por culo jajaja. ¿Acaso esto también es aventura? Pelado de frío y bien dolorido me meto de nuevo en el saco y espero a que Fernando abra un ojo.
La foto de salida y ya dejamos la bella cala. Al rato, en una entrada a otra cala, un tipo nos indica dónde encontrar un bar abierto. El sitio espectacular, desayunamos solos en un ambiente de lo más cool, y ahora sí nos ponemos en marcha. Estamos en la costa norte de la isla, de una belleza excepcional. Avanzamos atentos a las posibles "trampas" del recorrido. El tema es evitar tener que empujar la bici, como nos pasó ayer unas cuantas veces. Manejamos tres tracks diferentes y vamos estudiando las alternativas. Aún así salvamos más de un paso en los que si o si hay que poner pie a tierra.
Pasado Port de Sant Miquel entramos en una zona bastante trialera, muy rota, y nos dan alcance tres ingleses endureros. Rodamos un rato juntos, hasta un alto donde se quedan preparando el terreno para bajar jugándose el tipo. Nuestra aventura es otra. Nos despedimos y pie a tierra seguimos nuestro avance. La línea de costa es sencillamente maravillosa. Cuando llegamos abajo charlamos con unos marroquíes que trabajan levantando una casa de piedra. Medio rotos por el cansancio nos indican el camino a Sant Mateu d'Aubarca, donde hay dos bares. Es la hora de comer y ahí vamos fuera de track, dispuestos a dar cuenta de lo que nos pongan. Aunque el día no acompaña a los guiris se la trae al pairo. Toda la terraza llena y nosotros dentro, en la barra, cobijados por un rato de la temible intemperie. Damos cuenta de unas cuantas cervezas y de unos bocatas a reventar de todo. La impagable charla con los camatas y ya de nuevo buscando el hilo de nuestro track.
Otro pueblo con iglesia, y se va respirando cómo poco a poco nos acercamos a la gran urbe del norte de la isla: Sant Antoni de Portmany. Sendas y más sendas, y cruces de carreterillas, y más sendas. El paisaje cada vez más urbano hasta que entramos en la fantástica ensenada donde se asienta la ciudad. Pegados a la línea de costa recorremos toda la bahía. Cientos de chiringuitos donde se amontonan los guiris medio borrachos, esperando el gran acontecimiento: observar cómo se esconde el sol por detrás de la isla de Sa Conillera. Sin duda todo un espectáculo, el del sol cayendo y el de los guiris enlatados. Nosotros seguimos nuestro camino ensenada tras ensenada, urba tras urba, y más allá de las edificaciones por caminos y sendas rápidas siempre a poniente. Cuando llegamos a la parte más cercana a los islotes, más bares con música estridente igual a reventar de guiris. Las fotos y seguimos. La noche en ciernes y ni idea de donde cenaremos ni donde plantaremos el vivac. Equivocamos en varias ocasiones el trazo, debiendo volver sobre nuestras rodadas, cuando de últimas entramos en cala Tarida, con su bar abierto. Personajes de lo más variopinto, españoles de todas las nacionalidades que se buscan la vida en la isla, incluso algún guiri... Pescaitos, pizza y cerveza, mucha cerveza. El mismo ritual del día anterior, armamos las luces y salimos del bar buscando dónde dormir. Esta vez mas complicado, muchas urbanizaciones. Todo el lujo. Algún intento fallido y seguimos avanzando hasta la estupenda cala Molí, que a día de hoy se mantiene salvada del ladrillo. Entre rocas pegados a la línea del mar montamos el vivac. No hace frío. El cielo, que luce como ayer a reventar de estrellas, pide una nueva incursión de los vagabundos solitarios. O no tanto, porque nos acompañan mosquitos, de lo que nos enteraremos al día siguiente...
Hemos dormido como niños, mecidos por el pausado sonido del agua al filtrarse tranquila entre los cantos rodados de la orilla. Despertamos con el cielo limpio y sin prisas desmontamos el campamento. Algo al buche y al rato ya dando pedales, sube que te baja, cala tras cala. En la profunda Cala Vedella nos sentamos a desayunar. El ambiente tan relajado y el día que vuelve a nublarse. Un buen rato para hacernos a la idea y ya levantamos nuestras posaderas de tan acogedor mirador y ponemos rumbo a uno de los espacios naturales más visitados de la isla: el islote de Es Vedrà. El lugar sin duda no tiene desperdicio. De nuevo el subidón de quien descubre un tesoro, el tiempo parado en el acantilado de vértigo y delante nuestra la inmensa mole que surge vertical del fondo del mar. Las fotos de rigor y seguimos nuestro camino, aunque sabiendo que algo de nosotros dejamos atrás.
Al rato los tracks que llevamos toman direcciones diferentes. Decidimos coger el más endurero. Después de una potente subida por pista abierta, ganamos unas fabulosas vistas de Es Vedrà desde Cap Llentrisca. Otra potente bajada y por medio de un bosque de pinos avanzamos hasta otro alto en el que descubrimos al fondo, bien lejos, las bahías de la ciudad de Ibiza, y abajo, muy abajo, Cala Llentrisca, a la que sin duda se dirige la senda que en breve desaparece bajo nuestros pies. Como el primer día, bicicleta a cuestas y con muchos problemas bajamos la vertical pared hasta entrar en la bella ensenada. Todo tan quieto, tan relajado, alguna barca fondeada, alguna pareja mimetizada entre los antiguos embarcaderos. Otro paraíso más, y van unos cuantos... La salida de la cala tan peligrosa o más que la llegada. Al menos no es mucho el tramo que hemos de recorrer para llegar a la primera casa que, colgada de los acantilados, asegura pista o asfalto. Rotos de cansancio comemos unos dátiles y venga arriba y venga abajo ganamos de últimas el bello pueblo de Es Cubells. Junto a la ermita engalanada de boda dos bares. En uno de ellos ración doble al body, café, copa y puro. Esto es vida. ¡Sí señor!
Salimos del bar desubicados y destemplados, y el viento que no ha dejado de soplar en toda la jornada nos zarandea de nuevo. La cosa va de ratoneras, y en cada cala el mismo ritual: fácil entrar y cuestones del 18 para salir. Es así como llegamos a las inmediaciones del aeropuerto, pegados al mar, donde el viento nos golpea con especial ahínco. Miramos adelante las enormes extensiones de Ses Salines y detrás de ellas el promontorio más meridional de la isla, el Puig Falcó. Atacarlo es encararnos al viento, y el cansancio acumulado ya no nos deja ver mucho más allá. Es así como decidimos poner rumbo a Ibiza.
Playa tras playa, la zona tan turística llena de hoteles sin glamour, o con poco de glamour, o nada de glamour. Por la línea de costa entramos en la ciudad vieja y nos encaramamos a la mundialmente famosa Dalt Vila. Tiramos unas cuántas fotos y nos vamos al puerto nuevo a cerrar el track. Nos ponemos toda la ropa que llevamos y volvemos a Ibiza buscando tesoros haciendo Geocaching, ¡nuevo subidón!! El paseo por sus calles, la parte nueva y la vieja, todo un placer. En una terraza tomamos unos calamares y un albariño que nos saben a gloria. Y como todas las noches armamos nuestras luces y ahí vamos, la última nocturna, saliendo del pueblo enfilados por Cala Talamanca, en cuya punta, volcado al acantilado, nos espera el mismo enorme pino que nos dio cobijo la noche de nuestra llegada.VIVAC 3 Cala Molí |
Cala Vedella |
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