EL CASTELLET DE CASTELL DE CASTELLS
GAIA.TRAVESÍA-VIVAC.2018
...aquí nos quedamos/
A María, Lucía, Mari Carmen, Claudia, Carla, Nathan, Sebas, Iván, Nuria, Raúl, David, Fran, Sergio, Cristian O., Idoya, Paola, Marlen, Cristian R., Joel, Pilar, Daniel, Elena, Vicente, Marcos, Laura, Teresa, a Nerea y a Paco, y también a Isabel. Todos ellos, cuerpo de élite.
Ahí está, como siempre. El ruinoso Castellet en la más alta atalaya. Atisbando el paso entre montañas que une el Valle de Guadalest y el de Pop. Un mirador único en nuestra montañosa provincia. Un sitio mágico para visitar, y más aún para dormir...En compañía de un nutrido grupo de animosos muchachos del Gaia y de mis compañeros de faena, nos adentramos a la caída de la tarde en la Sierra de Serrella. Ahí vamos cargados con mochilas con todo lo necesario para no pasar hambre ni sed ni frío, dispuestos a pasar la noche al raso en la atalaya más bonita de Alicante: el Castellet de Castell de Castells.
El comienzo siempre duro hasta que los andares se aclimatan, las conversaciones se aclimatan, las ideas se aclimatan. Enseguida ganamos la zona de acampada, donde no nos esperan, y poco después las primeras sendas y las primeras rampas. Alguna reunión para llevar el grupo compacto y la luna que hace acto de presencia. Al fondo a nuestra espalda, en el valle, el pueblo queda lo lejos iluminado, como en un cuadro. El frescor de la noche en ciernes, el sudor avisando del esfuerzo. Ya la noche cerrada cuando ganamos el Coll de Guadalest. Nos visita un búho con su rítmico cantar en la entrada del antiguo castillo árabe. Ahora sí, bien enfilados, llegamos al vetusto aljibe y por la senda empinada hasta las primeras rocas. Apuntalamos los pasos difíciles, ya que los precipicios acechan junto a la roca y la oscuridad impide ser conscientes del peligro. Uno a uno vamos pasando a una zona intermedia donde hacemos la última reunión antes de asaltar por fin la ansiada plana del castillo. Los chicos se van ayudando unos a otros y poco a poco damos cuenta de la última dificultad. Eufóricos nos abrazamos y vamos escudriñando los misterios que esconde la antigua fortaleza. Las mochilas al suelo y prestos preparamos el vivac para pasar la noche. Algún disc-jockey un poco loco ameniza la cena de sobaquillo y la party posterior. Entre charlas y risas la noche se estira plácida.
El cielo, al principio nublado con la luna llena difuminada, queda luego totalmente raso, limpio. Ahí están las estrellas, todas, bien cerca de nosotros que casi se dejan tocar. No hace frío, ni viento, la luz de la luna lo ilumina todo. Y cuando cierro los ojos ya dentro del saco las voces de los chicos ilustran mi sueño. Y sueño que soy el Gran Emir de Bagdad de visita por la lejana Al-Andalus. En la noche estrellada junto a mi cuerpo de élite que me cuida y protege descansamos plácidos, como siempre hicimos, como siempre haremos.
Y al caer del otro costado abro los ojos y me sorprende el vuelo tan grande que ha dibujado la luna, ya casi a punto de esconderse por Poniente, más allá de las montañas, cuando hace nada despuntaba por el mar. Presto atención. Nada se oye, tampoco al búho. Todos duermen. Cierro los ojos, calculo que no será por mucho tiempo...
Una línea rojo intenso y alguna cabeza se dibujan en el horizonte junto a la Torre del Homenaje. Y otra. Susurran y ríen. Son los primeros valientes saliendo de los sacos, escrutando alucinados el espectáculo del amanecer.
Todo fluye con total espontaneidad, como si éste fuese nuestro hábitat natural. Extendemos las antiguas pancartas del Gaia con eslóganes que nunca pasan de moda. Desgraciadamente. Un mundo mejor es posible. Todos lo sabemos. Todos somos partícipes de ese sueño. Y también de esa pesadilla.
Las fotos y ya las mochilas a las espaldas dispuestos a deshacer el tortuoso roquedal que separa el castillo de las sendas y caminos. El día brilla limpio como limpia brilló la noche. Allá vamos caminando por la cuerda en lo más alto de la Sierra de Serrella. Luego zigzagueamos en bajada y de últimas nos adentramos por sendas en un precioso bosque que nos llevan a las Fuentes Nova y de la Retura, con su balsa de peces. Tomamos agua y disfrutamos del idílico paraje. Luego seguimos bajando por el encajonado barranco hasta llegar a un antiguo molino. Y en su circular ruina nos sentamos con los pies colgando, como en una gran mesa redonda, pero sin mesa. Es la última reunión de nuestro iniciático viaje. Comemos lo que nos queda, la charla distendida. Como todas. Y por un momento el silencio. Un momento que es una vida. Nadie quiere levantarse pero todos sabemos que hemos de hacerlo. Nadie quiere irse, y de alguna forma, todos sabemos que aunque vayamos, aquí nos quedamos.
…………………………….............Paseo fotográfico/
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