GIGANTES DE HIELO
LOCOS AVENTUREROS
LOCOS AVENTUREROS
Para Marcos y Alberto, por siempre.
Golpeo la yema de mis dedos índices contra cualquier superficie dura. Ahí siguen, adormecidos, con el cosquilleo típico del dedo congelado. Y recuerdo. Recuerdo los días pasados, va a hacer ya un mes, con mis hermanos beteteros en las sierras de Albarracín, en los Montes Universales, en el Sistema Ibérico. Ya casi al lado del cielo. La transiberiana. Un lugar en el mundo sólo apto para locos. Locos aventureros.
DÍA UNO
Una ruta invernal en otoño. La impresionante Sierra de Albarracín enguyéndonos en un día de lluvia y una tarde de nieve. Salimos del pueblo de Torres de Albarracín siempre en subida por parajes de ensueño. Muchas fuentes, bosques de todo tipo. Gamas de ocres y verdes para aburrir..., y lluvia. Enseguida la lluvia que nos acompaña en todo momento. Llegamos a un mirador con el profundo valle encajonado y el pueblo de Noguera al fondo, muy al fondo, a lo lejos, entre la niebla y la lluvia, inalcanzable. Seguimos y seguimos y al tiempo entramos en una espectacular cerrada junto a un bravo río, por el Barranco de la Tejeda nos dejamos caer. Y por kilómetros hasta entrar en el deseado pueblo. En su bar nos sacudimos a malas penas el frío y el hambre, un frío y un hambre que cuando se sienten tan adentro parece que siempre te rondarán. Al montar de nuevo en las bicis, vuelta a ganar altura, y enseguida la lluvia se torna en los primeros copos de nieve. Una nieve que arrecia y en breve lo cubre todo. Ganamos altura. Mucha. Hasta coronar el geodésico de Peñablanca a casi 2000 metros. A 5° bajo cero el frío ni se siente, los GPS inutilizados y el móvil donde también se grababa la ruta parado. Aún así festejamos como si no hubiera un mañana. Nos visitan familias enteras de corzos saltando a nuestro alrededor, sin duda también están de fiesta, festejando el bíblico nevazo, algo insólito para nosotros y semeja que también para ellos. ¿Se puede pedir algo más? Tiramos aún kilómetros por los altos y luego por fin empezamos a bajar. Calados hasta el tuétano, ateridos de frío, caemos lentamente golpeándonos las manos, insensibles. Por fin llegamos al bello pueblo de Tramacastilla, donde dejamos las sendas y por asfalto nos vamos de vuelta a Torres, que ganamos con los últimos haces de luz. A la carrera nos quitamos toda la ropa chopada de agua, toda, y nos vestimos de seco. Y con la noche a cuestas nos vamos a templarnos al bar del pueblo. No somos hombres. Somos gigantes. GIGANTES DE HIELO! Bestias salvajes que bajan de la Sierra en busca de alimento, de pan. Y vino. Ya puestos...
En el templado otoño del 18 las noticias del tiempo de todas las cadenas dan la del pulpo. Nosotros a lo nuestro: si hacemos caso de estos alarmistas estamos muertos. Es así como cargamos nuestros bártulos y nos damos el piro. Nos vamos bien lejos. A tomar por culo. Más allá del País Valenciá, las tierras salvajes, inhóspitas, del sur de Aragón. El invierno se adelanta y vamos a su encuentro. Al descubierto.
Es un hecho que vivimos las peores de las situaciones con la sonrisa incrustada en nuestro rostro. Es así como afrontamos las inclemencias meteorológicas, y por ende, las inclemencias de todo tipo. Nos hacemos duros. Infranqueables. Intransferibles. Limpios. Puros.
Tantas lecciones en una. Toda la grandeza en la nada más absoluta. No es la primera ni será la última. Siempre un paso más allá, una pedalada más, ni precipicios ni vacíos. El precipicio y el vacío.
Ya son años festejando con los hermanos del CEA. Una estirpe única de lobos solitarios, o perros solitarios, o más bien abandonados, o perros... a secas... Una estirpe a la que me uno con especial devoción. Porque rodar con ellos es rodar para no volver. Las únicas salidas que realmente valen la pena. La única razón por la que luchar. No volver. Y si lo haces, que sea otro yo el que de la cara por tí. Tú ya te dejaste el aliento, los huesos y los dedos, el corazón helado.DÍA UNO
Una ruta invernal en otoño. La impresionante Sierra de Albarracín enguyéndonos en un día de lluvia y una tarde de nieve. Salimos del pueblo de Torres de Albarracín siempre en subida por parajes de ensueño. Muchas fuentes, bosques de todo tipo. Gamas de ocres y verdes para aburrir..., y lluvia. Enseguida la lluvia que nos acompaña en todo momento. Llegamos a un mirador con el profundo valle encajonado y el pueblo de Noguera al fondo, muy al fondo, a lo lejos, entre la niebla y la lluvia, inalcanzable. Seguimos y seguimos y al tiempo entramos en una espectacular cerrada junto a un bravo río, por el Barranco de la Tejeda nos dejamos caer. Y por kilómetros hasta entrar en el deseado pueblo. En su bar nos sacudimos a malas penas el frío y el hambre, un frío y un hambre que cuando se sienten tan adentro parece que siempre te rondarán. Al montar de nuevo en las bicis, vuelta a ganar altura, y enseguida la lluvia se torna en los primeros copos de nieve. Una nieve que arrecia y en breve lo cubre todo. Ganamos altura. Mucha. Hasta coronar el geodésico de Peñablanca a casi 2000 metros. A 5° bajo cero el frío ni se siente, los GPS inutilizados y el móvil donde también se grababa la ruta parado. Aún así festejamos como si no hubiera un mañana. Nos visitan familias enteras de corzos saltando a nuestro alrededor, sin duda también están de fiesta, festejando el bíblico nevazo, algo insólito para nosotros y semeja que también para ellos. ¿Se puede pedir algo más? Tiramos aún kilómetros por los altos y luego por fin empezamos a bajar. Calados hasta el tuétano, ateridos de frío, caemos lentamente golpeándonos las manos, insensibles. Por fin llegamos al bello pueblo de Tramacastilla, donde dejamos las sendas y por asfalto nos vamos de vuelta a Torres, que ganamos con los últimos haces de luz. A la carrera nos quitamos toda la ropa chopada de agua, toda, y nos vestimos de seco. Y con la noche a cuestas nos vamos a templarnos al bar del pueblo. No somos hombres. Somos gigantes. GIGANTES DE HIELO! Bestias salvajes que bajan de la Sierra en busca de alimento, de pan. Y vino. Ya puestos...
DÍA DOS
Salimos de Torres dirección Sur ganando altura rápidamente, ¡cómo no! Enseguida los campos, las montañas nevadas. Todo a nuestro alrededor un manto de nieve perfecto. Ni los animales han tenido tiempo de dejar sus huellas sobre el blanco elemento y ahí estamos nosotros. Dándolo todo una vez más. Un paseo alucinante tan cerca del cielo. Más allá de la transiberiana; donde se sale de este mundo quién sabe si para no volver jamás.
Y del otro lado, al caer de nuevo perdiendo altura, entramos en el pueblo de Calomarde, que esconde grandes tesoros como inscripciones romanas en la fachada de la iglesia o el fabuloso Barranco de Los Arcos. Y muchos otros que ahora no voy a detallar. Muy recomendable. Luego tomamos dirección Sur por un buen trecho volviendo a ganar altura y en un cruce cambiamos dirección a Levante. Sobre la brea bajamos y bajamos, y antes de entrar en el amurallado Moscardón visitamos un pino monumental y un molino en su alucinante barranco a reventar de nogales y otros árboles frutales. Cuando por fin conquistamos el pueblo disfrutamos de las vistas y tomamos dirección Norte, de vuelta a Torres. Pasamos un tramo fuera pistas navegando medio perdidos en un espeso bosque para entrar luego en una extensa planicie como de otro mundo. ¿Habíamos olvidado que estábamos en otro mundo? Más adelante, ya en el pueblo de Royuela, visitamos a los amigos José y Valentina, dignos seres humanos de los que ya pocos quedan. Nos regalan café, buñuelos y unas calabazas. Hay tesoros que caben en una Camelbak. Si es así, no dudes, tómalos! Y si no es así, cómetelos! Cuando retornamos a los caminos el viento sopla fuerte de cara, y con más fuerza se incrustan los copos de nieve en lo más profundo del corazón. ¡Rueda, rueda, que el mundo se acaba!
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