sábado, 12 de octubre de 2013

trav BTT/ Albacete- Alicante

trav BTT/ por tierras del Quijote
Espectacular paseo por tierras manchegas y los valles del Vinalopó, desde Albacete hasta Alicante por caminos y sendas.











Las 17:28h., en la estación de trenes de Alicante. Montados en un Media Distancia rumbo Ciudad Real, con parada en Albacete, nuestro destino. Como extranjero en casa propia, forajidos del lejano oeste, así nos sentimos saliendo de la ciudad por la vía del tren. Aplastados en los magníficos asientos, los paisajes se suceden a toda velocidad, endiablados, con vida propia, en movimiento, fabricando pensamientos imposibles de atrapar, libres, salvajes. 



En apenas hora y media estamos dando pedales, saliendo de la ciudad de Albacete. El cielo limpio, el sol cayendo. Enseguida campos abiertos, de par en par, horizonte infinito. Lanzados por pistas y carreteras secundarias sin apenas tráfico. Antes de llegar a Chinchilla nos cae la noche. Con la luna mora rasgando la línea que separa lo real y lo imaginario, la misma luna que sin duda meció los sueños del mismísimo caballero de la triste figura.
Más allá, en Horna, repostamos agua y trazamos nuestro destino en dirección a la laguna de Pétrola. Son kilómetros marcados por la sensación de vacío, navegando de noche por el altiplano manchego, el cielo estrellado, el suave viento entregado en los oídos, algún cambio de rasante, llano, llano, llano, caen los kilómetros, poco a poco, lentamente, el tiempo varado...
Ya en Pétrola por pista abierta nos adentramos en el lago. Una senda nos conduce a una caseta de labranza con una estupenda parra enmarcando la puerta. Bajo ella desplegamos nuestras esteras. Bien cercano brilla el lago en la oscuridad, y los cantos nocturnos de sus habitantes, ocas, patos, garzas...
 
El frío y la humedad nos empujan dentro de los sacos antes incluso de acabar de cenar. ¡Qué espectáculo el cielo! La noche negra, las estrellas clavadas en los ojos. Y los mosquitos, por una noche bienvenidos: no pican, y su cercano zumbar nos mantiene toda la noche alerta, pudiendo disfrutar de los cambios constantes en la bóveda celeste, más allá de la parra, del movimiento de las estrellas, de la llegada de las nubes, con agua primero y una espesa niebla que se apodera de todo, después. De otra manera habríamos caído en los brazos de Morfeo, ignorantes de todo lo que por encima de la línea de los sueños se cuece.
 
 
 
El día claro, bien descansados, sin pensar en la larga travesía que tenemos por delante, todo tan lento, a cámara lenta... Miramos y remiramos a nuestro alrededor, sin querer partir. Finalmente levantamos el vivac y hacemos rodar nuestras bicis, la laguna atrás, el inmenso cielo que lo abarca todo. Salimos a la carretera, y poco después a los caminos.
Caminos que cortan como venas campos y mas campos. De todos los colores, de todas las texturas y rugosidades. Algunas arboledas, haciendas alejadas de todo, cortijos abandonados, o casi, apenas pueblos. Y por encima de todo, enorme llanura de caminos infinitos.


Caminos que recorrió Don Alonso Quijano El Bueno, en su delirante devenir por estas mágicas tierras, en su pertinaz trasiego entre sueño y realidad, y que tantos otros soñadores han surcado con las mismas locuras rondando sus mentes, y tantos que vendrán...
 
Y aquí estamos nosotros, como dos quijotes modernos allá vamos, Cruz y yo, sin escuderos, armados a la manera moderna, bicicleteros. Oteamos los mismos horizontes enfrentados a los mismos enemigos, sabedores, como aquél, que nuestros sueños son más poderosos, infinitamente, que todas las miserias que al resto de mortales atenazan.


 










¿Dónde estoy? ¿Dónde debo ir? Muchos caminos. Un sólo corazón. 
El almuerzo tirados en la puerta de una venta, o será un caserío, quizá un cortijo, ¡qué más da!. Nadie. Solos. Ya ni se sabe el tiempo viajamos solos. Auténticamente solos en el enorme páramo, allá donde alcanza la vista, nadie. Ladran los perros hasta que se cansan. Sólo el movimiento de las nubes despierta nuestro letargo, hechizados de tanta belleza, en un mundo irreal, mágico.
 
 Más allá de Bonete, y de Caudete, donde nos reencontramos con personas... El paisaje, cambiante, se hace arrugado, con bosques oliendo a la mar mediterránea. En dulce caída, ya antes de Villena, cortadas a cuchillo las montañas alicantinas se presentan avisando de que un nuevo viaje nace dentro de otro ya empezado.
 
Serán kilómetros y kilómetros vadeando el río Vinalopó, con una escueta parada en Elda para reponer fuerzas. La tarde se alarga todo lo que puede y nosotros sin parar de rodar. Y cae la noche y revisando mapas ponemos rumbo a Orito. Tremenda subida y luego enzarzados en sendas imposibles, con las luces de las bicis a medio gas, tenues, y como único guía, el GPS, hace ya tiempo parado, sin pilas. 








Con más de 200 kms en las piernas, una voluntad inquebrantable nos hace reponernos a todo: 'qué día más bonito', ´¿acaso alguna vez llegaremos?´, 'por cierto, ¿a dónde vamos?´. 

Solos en la oscuridad avanzamos, 
sin querer partir, 
sin poder parar. 


Más allá de La Alcoraya entramos en nuestra ciudad, de donde huimos como forajidos el día de antes. Deberíamos descansar hasta otro día, otra canción. 

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