Cabeçó d´Or, ahí vamos
Monumental vuelta a la mítica mole alacantona del Cabeçó d´Or acompañado por un nutrido grupo de entusiastas bicicleteros: grandes amigos de siempre, y Cruz y sus amigas, tan batalladoras.
Siempre despuntando hacia arriba, tomamos El Espino con ardor guerrero. Alguna reagrupación, venga a tirar, entramos en Busot. Aún bosteza el precioso pueblo y ya estamos en sendas de vértigo camino de Aigües. Las impresionantes vistas de la bahía alicantina no nos despistan de la peligrosa senda. Cerca del Preventorio de Aigües las primeras rampas importantes..., y la foto de familia. En la base del puerto del Ginebrar almorzamos. El sol cae con aplomo mas allá de la escuálida sombra de los pinos.
Padre e hija dan media vuelta, quedando el pelotón reducido a siete unidades. El Alt del Ginebrar, conocido por los beteteros como El Mortirolo, nos espera impasible para darnos el mazazo. Duro como pocos, puerto asalvajado, pista rota, retorcida, recabrona..., subimos y subimos, pegados como chicle a la goma, aplastados por el implacable sol. Vuelta tras vuelta no vemos el final. Cuando por fin ganamos el collado, caemos bajo la diminuta sombra de un pino, viendo cómo se retuercen los que aún restan por llegar. Unas risas, algo de líquido, alguna reparación, y ya estamos en la cara norte del Cabeçó.
La bruma desdibuja las impresionantes vistas de la Aitana y alrededores. Tiramos millas por pista ancha despuntando siempre arriba, hasta el cruce que lleva a las antenas y la caseta del guarda forestal. La tomamos. Al rato, la enorme puerta cerrada. Prohibido el paso. No es la primera vez que la sorteamos, ni será la última. Ya al otro lado, nos restan tres kms. y medio para coronar. Sin prisa pero sin pausa, pedal a pedal, pared tras pared, cada vez más cerca del techo de la jornada.
¡Qué satisfacción ganar la cumbre! Merecido descanso. Los víveres y el agua escasean. Justo una nube cubre el cielo, y se levanta algo de viento. Después del calor estival que hemos pasado, por un momento, el invierno. Echamos la foto de familia y una muy deseada por mí: la misma que hice hace ahora casi dos años, en el mismo sitio, junto a Alberto y Javi. Maravilloso Dejà vu/ cuántas sorpresas nos deparará esta vida in finita...
El velocísimo descenso y tras un cruce de nuevo despunta subida. Estamos en la última pared de la travesía: el Coll de Gaña. Las fuerzas justas, el ánimo inquebrantable. En lo alto despedimos al capi, que decide bajar rápido de vuelta a casa. El resto por senda caemos pegados a los farallones de la cara sur del Cabeçó, espectacular, hasta el Racó de Seva. Y más abajo a la Gorgonera, por la casa del suizo, ya estamos en la pista de El Espino.
Volamos tumba abierta, crecidos sobre nuestras bicis, sabedores de la enorme machada que acabamos de hacer. Como quien huye con un intangible tesoro, ahí vamos.
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