martes, 31 de agosto de 2021

Pequeños relatos/

 El sueño de una noche de verano/

Llevo bajando varias vidas hasta que en un cruce de caminos emboscados donde se encuentran los ríos más salvajes jamás vistos me topo con una ermita abierta de par en par rodeada de un trozo de hierva donde aún pega el sol entre las altas montañas.

Tiro la bici y sacados los petates me tumbo a la bartola. Estoy cansado, muerto. Varias vidas muerto. Con un ojo entreabierto siento cómo la línea de sombra avanza sobre mí. Me cubre. La sopa, la caña de lomo, la manzana, el choco y ya la estera y el saco extendidos. 

He dejado una rendija por la que escruto el cielo azul tirando a negro mientras intento en vano escribir mentalmente los hechos del día que me han llevado hasta aquí. 

Las primeras estrellas tiñen el cielo profundo. Al poco millones de constelaciones. Atento a subirme en la primera estrella fugaz que se ponga a tiro. Cuando por fin lo logro en una curva salgo despedido y caigo a los desolados parajes de la sabana sudanesa con la misión de salvar a la más bella princesa jamás vista de un grupo de traficantes de esclavas.

Rumbo al centro de la tierra africana sobre la grupa de mi bicicleta la sabana las montañas lejanisimas los poblados diseminados los ríos infranqueables.

Los negros bandidos más negros que el tizón custodiando a la blanquísima princesa blanca que no parece temer nada, todo lo contrario, son lacayos a su servicio. Grito Saraaa! en el preciso momento en que despierto de mi sueño empapado en sudor bajo una lluvia intensa, atronadora. 

Salto del saco y corro dentro del templo donde, tumbado en el pasillo, acelerado, espero una señal, quizá un rayo que me parta en dos. Cierro los ojos y ahí estás, serena en lo alto del altar, con tu amplia sonrisa que lo ilumina todo. 


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