Siempre me ha gustado mi nombre. Mucho. De peque mi madre me decía que tenía un ángel y cuatro demonios. Me hizo sentir afortunado y querido, y aún hoy lo pienso.
Cumplí 57 años el año pasado y eso también me hace pensar, a veces.
He procurado caminar en la vida por el lado sencillo. Cuando me preocupé por la gente tuve problemas. Ahora la gente no me preocupa y soy feliz.
Busco la belleza en la naturaleza, que me parece el más fabuloso de los regalos. Y también la encuentro en las pequeñas cosas, en los detalles ocultos que lucho a diario por descifrar. Me encanta jugar con mis hijas y mi mujer, el núcleo que me ha dado estabilidad y poder.
Soy franco con la gente, también dominador, embaucador, entusiasta y zalamero. Todo eso a veces me ha generado problemas, otras en cambio me ha dado alas. Procuro pulir aquellos rasgos de mi personalidad que me afean y embrutecen, ya no por la gente que me rodea, que también, sino sobre todo por mí, por el respeto que me tengo.
Vivo el presente con una enorme ilusión; he dejado de ser esclavo del pasado, real o imaginario, y aún mejor, del futuro, que tanta ansiedad produce.
Sólo ante mí fluyo espontáneo dueño de mi presente, a juego con el color de mi pelo, el principio de todo, el abrazo de la felicidad. Un abrazo que me protege y me insufla una fuerza inusitada.
HACIA RUTAS SALVAJES