Tarben e r o s Al salir del coche gotas que quieren ser lluvia en el primer otoño. Junto a Josele, Javi y Jose paseando el singular pueblo de Tárbena y alrededores. Por la estrecha senda los miradores de los espacios abiertos con el pueblo abancalado y las montañas recortadas. Y en lo alto alguna piedra sobre piedra del muy antiguo castillo árabe, donde echamos el rato tan pausados, como si no pasara el tiempo. Brindamos tarbeneros por los dulces viejos tiempos, y al levantar las copas los muros alzados inmaculados y los hombres mimando los campos, las bestias con sus aperos arriba y abajo, y las mujeres con sus quehaceres y sus cántaros de agua y sus andares..., y todas las demás cosas. Y el muecín y sus cantos y los de los pájaros tan libres, pájaros que parecen niños, niños que parecen pájaros.
Al deshacer la bella senda milenaria al tiempo entramos en un profundo valle cerrado que nos aboca al más profundo barranco que nos aboca a otro barranco aún más profundo. Los perfiles de vértigo sobrecogen el alma. Al borde del abismo el aliento huido, el momento inexacto en que todo se para, la mirada perdida en la grieta que no tiene fin.
Cuando vuelve el aliento retomamos camino de vuelta al pueblo, la sonrisa en el rostro, el trabajo ya hecho. Alrededor de la mesa compartimos risas que vuelan tan libres.