Día uno
Toda la lluvia del mundo no es suficiente para impedir que nos pongamos en marcha. Toda la noche lloviendo a lo bestia. Y por la mañana aún sigue. Escampa a medio día, vestidos de romanos, allá vamos.
Salimos de Doneztebe, sus calles y plazas anegadas. Ya calados hasta arriba. El río Bidasoa desbordado, por asfalto enlazamos con el Señorío de Bertiz, exquisita sinfonía de bosques autóctonos. Dejamos atrás Bertiz y las sendas nos siguen subiendo a la montaña. Una montaña que se desmorona a reventar de agua, mar inmenso, océano sin fin. Caminos y sendas como ríos caudalosos. Nuestras bicis, asideros en un mar bravío; las alforjas, flotadores. Nosotros, náufragos de incierto destino.
Salimos de Doneztebe, sus calles y plazas anegadas. Ya calados hasta arriba. El río Bidasoa desbordado, por asfalto enlazamos con el Señorío de Bertiz, exquisita sinfonía de bosques autóctonos. Dejamos atrás Bertiz y las sendas nos siguen subiendo a la montaña. Una montaña que se desmorona a reventar de agua, mar inmenso, océano sin fin. Caminos y sendas como ríos caudalosos. Nuestras bicis, asideros en un mar bravío; las alforjas, flotadores. Nosotros, náufragos de incierto destino.
En la encantadora población de Urdax, a la sombra de su monasterio, arreglamos alguna avería y tomamos unos txacolís. A la salida del pueblo, las sendas reviradas igual hasta arriba de agua, y con mi crecida mental después del delicioso txacolí, encaro un potente torrente demasiado fuerte y allá voy, de cabeza. La bici queda colgada en lo alto gracias a las alforjas. Yo he caído de cabeza, arrastrado por el agua y el barro. Consigo enderezarme y trepo a lo alto. Algún rasguño, empapado, y un fuerte golpe en las costillas. Rápido me crece el dolor hasta hacerse insoportable. Ibuprofeno y trombocid, mis compañeros de viaje por el resto de travesía.
Demasiado tarde para visitar las cuevas de Zugarramurdi, cruzamos la muga y ya estamos en Ainhoa. Tan bonito el pueblo como falto de servicios. Y la perra manía gabacha de dar cenas a la hora de la merienda... Instalados en el camping y cenados por la campana...
La noche estrellada.
Día dos.
Amanece despejado en Ainhoa. Por todo el día despejado. Se suceden las colinas y los valles, siempre dirección al Larrun, montaña venerada por los vascos, desde cuya cima se divisa toda Euskal Herria.
En el precioso y animado pueblo de Ascaín almorzamos por varios días y seguimos la marcha en dirección al espectacular Coll de Ibardin, con la costa vasca de Lapurdi en la lejanía, la maravillosa ensenada de San Juan de Luz... /Olvidé tomar el calmante y la travesía se convierte en un suplicio/. Una vez ganado el collado, será un largo y fantástico descenso hasta Hondarribia, nuestro destino.
Día tres.
Toda la noche el fuerte oleaje rompiendo en los acantilados del Cabo Higer. El cielo iluminado por los relámpagos. Sin cobijo contra la tormenta. Abocado a la nada. Mis pies colgando del precipicio, mi cabeza luchando contra todos los seres mitológicos vascos. Juntos y por separado. Sin defensa.
A la mañana, el txirimiri nos acompaña los primeros kilómetros por los acantilados hasta el Santuario de la Virgen de Guadalupe. Estamos en las faldas del mítico Jaizkibel, siempre con las impactantes vistas de la Bahía de Hendaya y los valles a nuestros pies.
Caemos a Pasaia al comienzo de su ría. Degustamos unos deliciosos pinchos y cruzamos el pueblo antiguo, todo ello junto a unos pedaleros catalanes que están haciendo también la Pedales de Bidasoa, éstos con la Organización...
Cruzamos la zona industrial de Errentería con mas pena que gloria, por lo gris del lugar y por una caída fortuita en un carril bici, saliendo malparados Cruz y uno de los catalanes.
Al poco comienza a llover. Pero esta vez con fuerza. Cuando nos queremos resguardar, ya estamos completamente calados. En Oiartzun, donde el track ataca por caminos y sendas dos altos de especial dificultad, conocemos a un ciclista de la zona, Ángel, que nos informa con detalle para evitar la locura que supone afrontar esos collados bajo el manto de agua. Sin dilación, con la fuerte tromba, ponemos rumbo por asfalto a Etxalar. Serán más de 30 kilómetros con dos puertos de por medio. Cuando llegamos a nuestros destino, exhaustos y calados hasta los huesos, creemos volver a nacer.
En el bar del pueblo nos ponen en contacto con Ramón, que alquila un pequeño garaje a modo de albergue para ciclistas. Justo lo que necesitamos. Tremenda cena y mejor descanso.
Día cuatro.
Deshacemos camino a Lesaka, que duerme aún la locura de sus sanfermines. Caminos y sendas sin par, laberintos bicicleteros de una belleza deslumbrante. Buscando el inicio de nuestra aventura, llegando al final de nuestra aventura.
Especial reseña por las chistorras degustadas en Igantzi, las sendas casi verticales y empapadas de agua, bien difíciles de subirlas más que andando, un infierno empujando las bicis y alforjas..., y cómo no, la magnífica tromba de agua que nos cae al poco de salir del pueblo de Arantza y que nos acompañará prácticamente hasta el final de nuestra ruta, mecidos en lo alto de una gran ola, a las orillas del Bidasoa.
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